LA VIDA DE AYER…. Y LA DE HOY
Si estudiamos el desarrollo de la Historia de España, la vida cotidiana, cambió radicalmente en muy pocos años, en los países del mundo occidental.
A finales del siglo XIX, la población española podía clasificarse en dos grandes grupos; uno dominante, el rural y otro en crecimiento continuado, el urbano.
Según las estadísticas de población, la mayoría de los habitantes vivían en y del campo,1 como sus antecesores durante siglos. Según Eric Hossbawn, durante la mayor parte de la Historia, dedicaron todos sus esfuerzos a la producción de alimentos de primera necesidad, entre el 80% al 90% de la población,2 con un débil nivel de renta.
La forma de vida para el agricultor, la gran mayoría de la población española, era simple y rutinaria. Se levantaba de la cama cuando salía el sol. Cuando podían lavarse, lo hacían en un pequeño recipiente, que llamaban lavabo, en la misma habitación donde dormían o en otra próxima. En muy pocas casas había agua.3 Tenían que ir a buscarla a la fuente pública, que no siempre estaba cerca, y la almacenaban en cantaros o en otros recipientes mayores conocidos con el nombre de tina. En cualquier caso, tomaban un poco de agua, lo echaban en el lavabo y se lavaban la cara con agua y jabón, que habían fabricado ellos mismos con las grasas residuales que disponían. Una vez realizadas estas abluciones, de la misma tina tomaban un poco de agua en un cazo y la ponían a calentar en el fuego de la cocina, cuyos rescoldos todavía se mantenían del día anterior. Mientras se calentaba el agua, iba a por un poco de leña y se la añadía al fuego, removiéndolos con los rescoldos del día anterior. El fuego se avivaba y quedaba preparado para calentar los alimentos, así como toda la habitación, pues era allí donde se hacia la vida en todo el tiempo en que sus moradores permanecían en la casa. Una vez calentada el agua, o la leche, se le añadía café o cebada tostada y se lo tomaba, mojando pan del día anterior, untado con manteca. En muchas casas, previamente, se tomaba un poco de chorizo o panceta frita, con abundante pan. Este desayuno era fundamental para poder realizar el duro trabajo del campo, sobre todo en la época estival. A primera hora, aprovechando que el fuego estaba vivo, se colocaba en ollas, agua para poder condimentar las verduras y legumbres, producidas en su huerta, así como los “guisos” de carne, que se cocinaban a fuego lento, teniendo que estar pendientes, toda la mañana, que los pucheros no se quedaran sin agua. De esta forma, se hacia la comida para todo el día. El hombre, preparaba a los animales, que se encontraban en la parte baja de la casa o en un cobertizo en el patio. Burros y mulas eran los más frecuentes para realizar el trabajo en el campo. Si había gallinas y algún cerdo, era necesario prepararle su comida, que se repartía varias veces al día. Cuando todas estas tareas estaban realizadas, montado en la mula, se dirigía al “pedazo de tierra” que poseía, a una razonable distancia del pueblo. Si era jornalero, se dirigía a la casa de “su amo” a realizar el trabajo que le mandara. Según el tiempo, araba la
tierra, la sembraba, mantenía limpia de hierbas no deseadas, las regaba a diario, cuando era necesario y posible y finalmente las recolectaba, guardando sus frutos para su venta y consumo. Todas estas tareas le ocupaban casi todo el año. Generalmente, al terminar la tarde, volvía a su casa, preparaba “la cama de paja” de los animales, les ponía agua, dejándolos preparados para el día siguiente. En el invierno, la jornada de trabajo era más corta6, pero según se avanzaba hacia la primavera, los días se alargaban y consecuentemente la jornada de trabajo también, que transcurría de Sol a Sol.
Terminadas las tareas diarias en el campo, el agricultor, después de lavarse levemente, se dirigía a la taberna, donde entre “chato y chato” comentaba con sus vecinos las inclemencias del tiempo o echaba con ellos, una partida de cartas. Ya anochecido, se dirigía a su casa, donde se reunía con los demás miembros de la familia, en la cocina, donde alumbrándose con un candil de aceite, cenaban todos juntos, charlaban un poco y después se iban a la cama a descansar, para prácticamente repetir lo mismo al día siguiente…
La gente no solía emplear el tiempo en leer, porque en España, solo sabían hacerlo entre un 35 y 40% de la población.7 La vida para las mujeres, también era dura e ingrata. Muchas ayudaban “al hombre” en las tareas del campo y además tenían que “llevar la casa” lo que las obligaba a guisar, limpiar, lavar en el río o en fríos lavaderos vecinales, planchar…
Este modelo de vida, era el vigente, en tiempos de paz, en los últimos 10 siglos.
La vida en las ciudades, era equivalente aunque los hombres trabajaban en muy diversos oficios. El tanto por ciento de agricultores de las poblaciones importantes, era mucho menor.
La mayoría, en los tiempos en que la Electricidad se hizo presente, eran profesionales de la abogacía, médicos, farmacéuticos, veterinarios, arquitectos, artesanos, obreros, funcionarios, profesores, practicantes, dentistas, matronas, enfermeras, periodistas, comerciantes, criados, dependientes, militares, entre otras profesiones. Las clases sociales estaban bastante bien definidas. Las desigualdades también eran notables. Aspirar a la burguesía y clase media alta, era el sueño de todos. Su forma de vida, con matices destacados, era parecida a la vida en los pueblos. La forma de cocinar era equivalente, la vida también se hacía en la cocina…
Unos 100 años después, a finales del Siglo XX, el modelo de vida era completamente distinto al que habían tenidos sus padres, abuelos y todos sus antecesores8. La mayoría de la población vivía en las ciudades y la población en el campo era muy inferior. En España, el índice de escolarización alcanzaba ya al 100% y la población era ahora más abundante en las ciudades y sus alrededores, que en el campo. Una gran parte trabajaban, por cuenta ajena, tanto hombres como mujeres, en muy diferentes empleos. La clase media era la predominante y el número de universitarios empezaba a ser considerable9. La vida cotidiana, de un trabajador, consistía en levantarse aproximadamente a las siete de la mañana, despertado por una radio, independientemente de que fuera de día o de noche. Encendía la luz eléctrica de su dormitorio, simplemente presionando un interruptor y se dirigía al cuarto de baño, donde se lavaba y afeitaba con su maquinilla eléctrica, para después ducharse con agua caliente que la obtenía de un termo generalmente eléctrico. Terminadas sus abluciones matutinas, se dirigía a la cocina donde sacaba una botella de leche y unas rebanadas de pan de la nevera, que la tenia almacenadas desde varios días antes. Encendía el horno de microondas para calentar la leche y utilizaba un tostador de pan. Generalmente desayunaba tranquilamente mientras veía en la televisión las predicciones meteorológicas y el estado de las carreteras. Si vivía solo, se marchaba al trabajo, encendiendo la alarma de la casa antes de cerrar la puerta. En el descansillo de la escalera, llamaba al ascensor y bajaba hasta el garaje donde se encontraba su coche que le llevaría hasta el aparcamiento de su estación de cercanías, donde tomaría el tren en dirección a la ciudad10. Llegado a la estación de destino, se dirigiría al Metro que le llevaría hasta su centro de trabajo. Ya en su oficina, encendía el terminal de su ordenador y una vez inicializado este, leía el correo electrónico que le serviría de guía para programar el trabajo del día. Utilizaba multitud de instrumentos tales como maquinas de escribir eléctricas, calculadoras, fotocopiadoras, teléfonos, fax, intercomunicadores, ordenadores, impresoras, escáneres, …La temperatura, tanto en casa como en la oficina, en invierno y en verano resultaba aceptable, gracias a la instalación de aire acondicionado, que la mantenía suficientemente confortable, independientemente de las condiciones meteorológicas. Generalmente comía en la cantina de la empresa y al finalizar la misma, tomaba café de una maquina que había a la salida del comedor. Volvía a su despacho donde seguía realizando su trabajo hasta las 5 de la tarde. Terminado este, se dirigía al supermercado, una vez a la semana, para hacer la compra, cogiendo los productos de armarios refrigerados y demás estanterías. Pagaba el importe de los productos, en unas cajas, donde una señorita pasaba los alimentos por delante de unos sensores electrónicos de códigos de barras, que indicaban automáticamente la cantidad total a pagar. Pagaba el importe de la compra, con una tarjeta de crédito, también electrónica. Cuando lo necesitaba, en vez de ir al banco a sacar dinero, efectuar un pago o cualquier operación bancaria, la realizaba bien por Internet o utilizando un cajero automático. Otros días a la salida del trabajo, se marchaba al cine o quedaba con sus amigos o compañeros de trabajo, para tomar unas cervezas. Muchos miércoles, después de terminar su jornada laboral, tomaba un tranvía o el Metro, que le llevaba al campo de futbol, donde presenciaba un partido, bajo una iluminación eléctrica, tan potente como si fuera de día. Terminada su jornada laboral y de ocio, volvía a tomar el metro, el tren, su coche para volver a casa. Si se encontraba mas lejos de lo habitual, el sistema de navegación GPS le ayudaba a no perderse. Algunos días a la semana, se dedicaba a preparar la comida en su cocina vitrocerámica y los platos cocinados, los guardaba en la nevera o en el congelador para consumirlos en los próximos días, puesto que la principal comida, en casa, era de 8 a 9 de la noche. Terminada esta, se ponía cómodo y se disponía a ver la programación de la televisión o ver una película que tenia grabada en su DVD, durante un buen rato. Si no había leído el periódico, se sentaba frente a su ordenador personal y miraba las noticias en los distintos periódicos digitales disponibles en Internet11. También leía sus obras preferidas en un libro electrónico. Con frecuencia, “charlaba” con sus amigos en algún foro de Internet como Facebook o cualquier otro, donde pasaba muy buenos ratos. También ponía algún correo electrónico, a sus amistades o realizaba alguna gestión personal. En ocasiones, podía realizar su trabajo desde su casa, pues disponía de una línea de comunicación ADSL en conexión con el Ordenador Central de su centro de trabajo, pues conocía todas las claves, con los accesos que tenía autorizados. Esta operación la realizaba con el beneplácito de sus jefes, cada vez con más frecuencia, soñando que llegaría el día donde la mayoría de su trabajo, podría realizarse desde su propia casa. Si su familia estaba fuera de la ciudad, se conectaba vía Skype12, con el ordenador, donde de forma gratuita podía hablar, “viéndose las caras” en la pantalla, con sus padres, hermanos, mujer, hijos… Después de haber disfrutado de su “tiempo de ocio” se marchaba a la cama apagando las luces de la habitación y activaba la alarma de su vivienda. Una vez en su dormitorio, encendía un receptor de radio o la televisión del dormitorio, que se apagaba automáticamente, después de una hora, cuando ya estaba dormido profundamente.
La vida de las mujeres, era similar a la de los hombres; también trabajaban fuera de casa en muy distintas ocupaciones; tenía que desplazarse a su centro de trabajo, cuidar de sus hijos, ayudada por el marido y sus padres13, pero el uso de numerosos electrodomésticos, en cierto modo, dulcificaba un sus tareas caseras.
En el entorno rural la vida era ligeramente diferente, puesto que las distancias eran menores y la mecanización de la agricultura facilitaba enormemente los trabajos agrícolas.14 No difería mucho de la vida en las ciudades. El mayor contraste eran las distancias de casa al trabajo. Cuando lo necesitaban o deseaban, marchaban a la ciudad y volvían a dormir a casa, pues los medios de transporte eran confortables, rápidos y frecuentes.
Si nos fijamos en “el estilo de vida” en el Siglo XIX, era muy parecido al de los siglos anteriores. Sorprendentemente a finales del Siglo XX había surgido una nueva forma de vivir, completamente distinta a la que habían mantenido todos sus antepasados. Por increíble, parecía como si hubiera habido una aceleración de la historia, que hacia la vida cotidiana mucho más confortable. Todos estos cambios fueron posibles gracias a la utilización de una nueva forma de energía, la Electricidad y sus aplicaciones derivadas. Un estudio más profundo de la vida cotidiana, nos indica que durante siglos, el desarrollo de la vida del hombre, ha sido bastante constante, con un crecimiento en sus habilidades siempre crecientes, pero con una variación en sus hábitos diarios, pequeña. Hasta finales del Siglo XVIII, en términos generales, la vida social de las sucesivas generaciones, no variaban demasiado de padres a hijos.
Fue la influencia de la Revolución Industrial y su posterior desarrollo, la que cambió la transición del crecimiento de la sociedad, hasta niveles inimaginables para los hombres de aquellos tiempos, generando una mejora sustancial en la condición humana15. Emergió la Tecnología, que no era más que la aplicación práctica de los desarrollos científicos, del momento. Procuró encontrar un uso racional a los bienes y productos que nos ofrecía la naturaleza, poniéndolos al alcance de todos.