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Vivencias

Las Ciencias y las Letras

Resulta muy frecuente la discusión entre las gentes de ciencias y las de letras. Podríamos decir que existe una, llamemos rivalidad intelectual, que no lleva a ninguna parte.

Desde la antigüedad y por muchos siglos, la ciencia fue considerada como una parte de la filosofía, junto con la filosofía natural (o física), la matemática y la metafísica.

Desde mediados del siglo XIX se fue fraguando un distanciamiento entre ciencia y filosofía. Ello se debió a las circunstancias del momento, en que coincidieron la revisión de la filosofía iniciada con Descartes y culminada en el criticismo de Kant y en el idealismo de Hegel, y sobre todo por el espectacular avance de las ciencias en aquellos años.

Por parte de los científicos se generalizó un cierto desprecio hacia la filosofía, que coincidía con el creciente entusiasmo hacia las nuevas ciencias emergentes del momento.

La separación entre ciencia y filosofía era un hecho, y se imponía, por lo tanto, el problema de las relaciones mutuas. Las posiciones fueron muy diversas, integrando un abanico que va desde el más estricto positivismo, que pretendía reducir la filosofía a un fenómeno marginal de la ciencia, hasta los diversos sistemas idealistas, que consideraban el conocimiento científico como inferior al filosófico, como un fenómeno marginal de la filosofía.

Entre las posiciones intermedias, hay quienes insisten en la diferencia de ambas, hasta el punto de considerar que se trata de dos formas de conocimiento, puestas en planos esencialmente distintos y excluyendo todo punto de mutuo contacto y colaboración.

Otros, sin embargo, mientras consideran ambas disciplinas como grados o especies diversas de una misma actividad genérica, como dos formas de conocimiento, distintas por su objeto informal, pero concordantes en sus caracteres genéricos, admitiendo, por lo mismo, la posibilidad, e incluso la necesidad de mutuos contactos y de una positiva colaboración.

En realidad, la diversidad de opiniones es la lógica consecuencia de la distinta noción que los autores tienen de ciencia y de filosofía.

Quizás la manera más práctica de afrontar el problema sea resaltar los aspectos en que ambas convergen, y aquellos en los que se separan. 

Los científicos buscan el consenso experimental de sus colegas, en cualquier campo en que desarrollen su investigación, cosa que no ocurre en filosofía, donde pueden darse teorías contradictorias, sin que ello quiera decir que una de las dos tenga que ser falsa o defectuosa. En este sentido, la filosofía se asemeja más al arte, que a la ciencia.

Por otra parte, la filosofía tiene generalmente un carácter normativo, ajeno totalmente a la ciencia.

Los científicos se dedican a descubrir distintas facetas de cómo es el mundo y de cómo funcionan sus componentes, mientras que los filósofos con frecuencia se plantean ideales, sobre el modo en que las investigaciones deben llevarse a cabo, con qué fines, e incluso, bajo cuáles límites.

A pesar de las importantes diferencias entre ciencia y filosofía, ambas han estado sometidas a influencias mutuas. Muchas veces los cuestionamientos filosóficos sobre suposiciones habitualmente aceptadas, o la exploración de especulaciones a primera vista poco interesantes, han suscitado grandes avances en la investigación científica.

También ocurre a la inversa: los nuevos avances y descubrimientos de la ciencia, plantean constantemente nuevos problemas a la filosofía. Piénsese, por ejemplo, las delicadas cuestiones suscitadas por los avances de los estudios en torno a la genética.

Finalmente, aunque la filosofía no sea una ciencia más, ni un rival de la ciencia, no se le puede negar el hecho de constituir un característico y genuino tipo de conocimiento, al lado del conocimiento científico y del conocimiento vulgar: es el autoconocimiento de la razón. Así, el conocimiento vulgar o de la vida diaria, nos informa de los hechos y datos particulares, concretos y obvios que nos topamos en nuestro diario vivir.

La ciencia nos proporciona un conocimiento sistemático, formal, de las uniformidades y probabilidades de nuestro entorno social. La filosofía nos da un conocimiento de los principios y supuestos fundamentales, según los cuales razonamos.

Lo que sí se está constatando es que cada vez más, muchos científicos incursionan en el campo de la filosofía, y muchos filósofos se adentran en los laberintos de la ciencia, para tratar de impulsar más coherentemente, el progreso de ambas. Ejemplo típico es Zubiri, quien intentó afrontar de lleno, desde su filosofar, el reto planteado por la ciencia moderna. Para ello trató de empaparse de los saberes científicos contemporáneos, estudiando física teórica en Berlín, y compartiendo directamente con científicos como Luis de Broglie (1936-1938), el matrimonio Joliot-Curie, o con el filósofo y premio Nobel de física W. Heisenberg (1901-1976).

Como no podía ser de otra forma, la forma de expresarse uno y otro, el científico y el filósofo, tendrá que ser diferente.

Los filósofos hablan y escriben mucho mejor que los científicos. Tienen grandes conocimientos de Retórica y Representación, lo que les confiere una claridad de exposición, brillantez en sus discursos y textos, que el científico no puede alcanzar; solo se apoya en su lenguaje matemático y en los resultados de su investigación en el laboratorio.

Los textos que conservamos desde la antigüedad, procedentes de los grandes maestros de la filosofía, son apasionados, brillantes, solemnes, en un lenguaje rayando muchas veces en la poesía.

Por el contrario las publicaciones científicas, desde mediados del siglo XX, son frías, concretas, breves, puesto que es difícil narrar una ecuación diferencial o un proceso Físico-Químico lleno de notaciones complejas.

El resultado es simplemente Lo entiendes o no lo entiendes. Es una respuesta digital.

Si tu formación es científica, generalmente te resultará sencillo. Si no lo comprendes, por tu formación, su entendimiento es imposible.

Sobre la ciencia, escriben los de letras, es una frase que se escucha a menudo.

Es evidente que la formación universitaria de la gente de letras, es sin comparación, más Humanista, más elocuente, mucho más agradable de leer, que las escritas por un científico que lucha fundamentalmente por hacer entender sus teorías, únicamente avaladas por la verificación de sus ecuaciones. Su lenguaje escrito es  rudo, ciñéndose mucho más a los hechos que a la forma.

Para mayor dificultad, hoy día todas las publicaciones científicas, deben contener un capitulo que comúnmente se llaman figuras de merito. Consiste en un compendio de estudios estadísticos, con sus márgenes de tolerancia, que valoran la probabilidad de certeza de cada verificación de las teorías propuestas en la hipótesis. Esta parte de la publicación, es ardua, compleja, monótona, que al lector le incita a saltársela en su lectura, pero que hoy día es una parte esencial de cualquier publicación científica.

En los textos filosóficos, especialmente los relativos a las ciencias, su interpretación no incluye ninguna valoración estadística, lo que la hace más amena y agradable de leer.

Probablemente por esas razones, los científicos, no suelen leer lo que los profanos tienen que decir sobre la ciencia y prefieren las opiniones que los propios científicos tienen sobre sus trabajos.

En general, la ciencia genera demasiada esperanza y demasiado temor y la historia de la relación entre científicos y no científicos está plagada de pasio­nes, estallidos repentinos de entusiasmo y accesos, igualmente repen­tinos, de pánico.

Thomas Kuhn, un físico teórico, que nunca tuvo la oportunidad de trabajar en un laboratorio, centró sus trabajos en la historia de la ciencia.  Resulta muy gratificante su lectura. Nunca entra en ninguna interpretación de los fenómenos Físicos o Químicos. Consecuentemente, en sus escritos,   jamás se encuentra ninguna contradicción, a pesar de su inexperiencia y desconocimiento del mundo del laboratorio. Quizás por ello, por su imparcialidad, prudencia, falta de protagonismo, siempre son muy bien aceptados por el mundo científico. Cualquiera de sus obras están considerados como los libros clásicos de la historia de la ciencia. 

No podemos decir lo mismo de otros muchos escritores sobre la Ciencia. Sus continuas interpretaciones, sobre los temas científicos,  que escriben y describen, sin ninguna experiencia, sobre los temas tratados, hacen más difícil e incomprensible los complejos conceptos derivados de la Ciencia. Muchos ¡Se atreven con todo! Pienso que son ellos, con sus obras, los que fomentan y fortalecen el indeseado divorcio entre la Ciencia y las Letras.

Considero que es natural el hecho de que la mentalidad del hombre de Ciencias y la del hombre de letras, sea diferente. Su educación universitaria no se parece en nada, luego sus conclusiones, resultará difícil que coincidan.

Una no es mejor que la otra, pero si podíamos decir que la de de las gentes de Ciencias es mucho más estricta y concreta que la de las gentes de letras.

La mentalidad de ciencias, basa todo su conocimiento en la verificación experimental de todo su conocimiento. Este hecho le hace ser muy crítico y solo acepta aquello que la experiencia práctica le confirma irrefutablemente. Por su característico lenguaje, en ocasiones demasiado especializado, solo es comprensible entre los expertos de una disciplina específica. No necesita justificación de ningún tipo, se autocorrige  con el tiempo y no pretende ser infalible.

La mentalidad de letras,  en la inmensa mayoría de los casos, no puede verificar sus hipótesis y  reserva un porcentaje elevado a su interpretación fruto de su experiencia, que puede ser diferente en otro sujeto equivalente. Es capaz de entender el pasado, explicar el presente y predecir y prevenir el futuro; su cualidad visionaria le confiere un lugar especial entre los quehaceres humanos. Todo esto es inaceptable en el hombre de Ciencias, que si no verifica, le es difícil creer.

La mentalidad de letras intenta encontrar una solución a todos los problemas que se plantea. La mentalidad de Ciencias, únicamente aborda los temas que puede experimentar y verificar. Consecuentemente se plantea otros problemas diferentes.

En la mentalidad de ciencias, es fácil entender cualquier razonamiento humanístico, lo cual es difícil en el caso contrario, a la mentalidad de letras,  puesto que no tiene una preparación matemática, ni  física, ni química y sus interpretaciones cuánticas, muchas veces no tienen ningún sentido experimental.

Los humanistas pretenden la plena realización de lo mejor y lo más noble de lo que son capaces como seres humanos.

La mentalidad de letras, generalmente piensa en tres dimensiones, mientras que el de ciencias, lo hace fácilmente en cinco dimensiones de las 32 descritas.

La mentalidad de ciencias, no confunde de ninguna manera la ultra micro escala, la micro escala, la escala molecular, la escala ordinaria y la escala macromolecular, sabiendo perfectamente donde, cuando, como y en que unidades hay que referirse cuando se emite un juicio.

La mentalidad de letras suele considerar a todas por igual,  aplicando sus criterios y confundiendo fácilmente la mecánica clásica con la  mecánica quántica, ambas iguales de útiles, pero cada cual en su nivel.

No es negativo, para nada, que estas diferencias de mentalidades existan. Son puntos de vista diferentes de los cuales todos tenemos “algo” que aprender. Lo importante es que coexistan, siempre con un ánimo constructivo, que nos permita alcanzar la verdad, aunque sea parcialmente, objetivo común a las dos mentalidades.

Un ejemplo curioso de todo lo dicho, fue una experiencia personal que tuve la oportunidad de presenciar hace ya bastantes años, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que no me resisto a no contarla.

Durante los años 1970 existía un grupo especializado de trabajo sobre Historia de la Ciencia dentro del marco de la Real Sociedad Española de Física y Química. Se mantuvo activo hasta la división de la sociedad en dos, la Real Sociedad Española de Física y la Real Sociedad Española de Química.

Sus miembros, generalmente Filósofos, Físicos, Químicos y algún Historiador, se reunían en una de las salas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, calle de Serrano 118.

Sus reuniones, cada dos meses, eran curiosas por no decir surrealistas. Los miembros, quizás por amistad, quizás por afinidad de ideas, se sentaban agrupados todos juntos, mostrando una separación natural, como en el congreso de los diputados; los de Ciencias juntos y los de Letras también, pero  diferenciados.

Por principio, los investigadores de ciencias les parecía chocante que quien publicara los libros de Ciencias, fueran los de Letras.

Las discusiones eran constantes. Los de Letras, irrumpían  con frecuencia dentro del campo de las ciencias puras, con conceptos indemostrables pero con una gran afirmación y seguridad rotunda.

Los investigadores de ciencias, los dejaban hablar con gran paciencia, esperándoles a que terminaran su exposición, sin discutir un ápice. Finalmente alguno de ellos, le contestaba en unas pocas palabras llenas de una lógica aplastante e indiscutible.

También, alguna vez ocurría el fenómeno contrario; uno de Ciencias penetraba en el campo de las Letras repitiéndose el fenómeno pero con signo contrario.

Como ejemplo recuerdo una sesión en la cual un investigador, llamemos de Letras, nos dio su interpretación sobre el concepto de entropía. Su discurso fue brillante mostrando una pasión enfervorizada jadeada por todos sus compañeros.

Terminado su discurso, un “espontáneo” del sector de ciencias, pidió un poco de tiza y frente a las enormes pizarras del CSIC, dijo:

La idea de desorden termodinámico, palabra que no he oído en tu discurso, fue plasmada mediante una función ideada por Ruolf Clausius a partir de un proceso cíclico reversible.  

Como todas sabéis, o debéis saber, en todo proceso reversible la

representa la integral curvilínea, que sólo depende de los estados inicial y final, con independencia del camino seguido. 

(δQ es la cantidad de calor absorbida en el proceso en cuestión y T es la Temperatura absoluta).  

Por tanto ha de existir una función de estado del sistema, S= f(P,V,T), denominada entropía, cuya variación, en un proceso reversible entre los estados 1 y 2 es: 

 Tener en cuenta que como el calor no es una función de estado, se usa δQ en lugar de dQ.

 La entropía física, en su forma clásica, está definida por la ecuación

o más simplemente, cuando no se produce variación de temperatura (proceso isotérmico):

donde S es la entropía,  la cantidad de calor intercambiado entre el sistema y el entorno y T la temperatura absoluta en grados Kelvin. Los números 1 y 2 se refieren a los estados iniciales y finales de un sistema termodinámico.

 Como sabéis, el significado de esta ecuación es el siguiente:

 Cuando un sistema termodinámico pasa, en un proceso reversible e isotérmico, del estado 1 al estado 2, el cambio en su entropía es igual a la cantidad de calor intercambiado entre el sistema y el medio, dividido por su temperatura absoluta.

 Me podrías decir… refiriéndose al orador anterior…

¿Dónde está tu discurso en estas frías ecuaciones?

 Tú entiendes la entropía de esa forma y yo de otra diferente, le contestó el primer orador apasionado.

El espontaneo, borró parte de la pizarra y le ofreció la tiza….

Al no aceptarla le dijo:

Si quieres, a partir de esta fórmula calculamos “la muerte térmica del Universo”…

Todos quedaron perplejos y no supieron decir nada.

El espontaneo se sacudió las manos del polvo de la tiza y dijo:

No preocuparos, pasaran varios millones de años.

Esta situación anecdótica, no tiene un gran significado. Simplemente pone de manifiesto las diferentes mentalidades de unos y otros, como no podía ser de otra forma.

Las Ciencias experimentales, son bastante cuadriculadas. Les gustaría ser más “optimistas”, más amplias, mucho menos concretas, mas dadas a fantasear… pero por su concepción, no pueden ser así.

En un lenguaje simplista, la Físico-Química quántica, casi siempre, evalúa, cuantifica y teoriza, las probabilidades de que un fenómeno ocurra. Explica el fenómeno y cuantifica su cumplimiento. No es perfecta, pero cuando su probabilidad es alta, resulta muy fiable.

Tanto la Ciencia como la Filosofía buscan con empeño la verdad absoluta.

Recientemente se ha acuñado el término “verdad quántica” que no es más que

VerdadCuantica = verdad encontrada ± incertidumbre[1]

Trabajamos a diario para determinar y calcular la verdad y disminuir su incertidumbre.

Consecuentemente la verdad absoluta será cuando la incertidumbre sea igual a cero, suponiendo que sea posible.

Los Filósofos, construyen todos sus razonamientos con dos magnitudes; el Espacio y el Tiempo.

Los científicos experimentales siempre intentan relacionar unas variables con otras. La relación matemática del espacio, frente al tiempo, es lo que llamamos velocidad. 

Nada más y nada menos que la quinta dimensión; base fundamental de la Teoría de la Relatividad Especial, formulada por Albert Einstein a principios del Siglo XX. ..

Los filósofos no van tan “descaminados” como muchas veces pensamos.

El problema es establecer las unidades materiales, tanto del espacio como del tiempo

Todos los seres humanos pretendemos encontrar respuestas a las preguntas y nuevos problemas que nacen de la observación, la experimentación, la reflexión y la contrastación.

Cualquier trabajo escrito por profesionales de las Letras, su ejecución es admirable, su lenguaje impecable y su metodología siempre correcta.

Los científicos, siempre admiramos el lenguaje y la forma de expresarse tanto oral, como escrita, de todos los profesionales de las letras.

 



[1] La estimación de la incertidumbre, es un campo muy complejo que requiere cierta experiencia estadística.